¡Hola desde un nuevo destino! Empecé a estudiar en Georgetown y por eso esta semana volé de Argentina a Estados Unidos.
Sigo viajando porque es una oportunidad de ver como gente diversa resuelve los mismos temas de forma diferente a lo que vos ya conocés. Viajar genera que aprecie lo que tengo y a la vez puede generarte querer algo distinto a lo que ya tenés.
Mi abuela de 80 años, la que siempre me acompaña al aeropuerto, me dijo al pasar que no se acordaba cuando fue la última vez que tuvo la posibilidad de volar. Entre lágrimas por la despedida, me quedé preocupada por no naturalizar el hecho de poder viajar.
Cuando conté que había llegado a Nueva York, hubo personas que se querían transportar al mismo destino. ¿Estás seguro que querés dejar la comodidad de tu sillón? Ahí no hacen -8ºC de sensación térmica y probablemente no tengas que pagar un café latte 4 USD.
¿Será que solo envidiamos la foto que muestra un momento sonriente pero no queremos la experiencia completa?
La parte no divertida y que no se ve de los viajes es cuando llegás tarde a dormir en un hostel compartido donde ya está la luz apagada y no tenés ganas de abrir la valija. Viajar es cargar todo en la mochila y que te duela la espalda por no tener donde dejar las cosas importantes. Viajar también es subir una calle empinada arrastrando los 23 kilos de tu equipaje a las 11 de la noche y con frío.
Tener momentos incómodos me obliga a estar más atenta, registrar mejor lo que vivo y recordar para tener anécdotas que se vuelven divertidas cuando las contás en retrospectiva.